lunes, 29 de abril de 2013

Adelfas. Pase lo que pase, compostaje


Talma y Nerea lo tienen bien claro

Bajo las vías del tren en Puente de Vallecas existe un huerto en lo que parece un solar yermo. Nadie en su sano juicio podría imaginar que en semejante tierra pudiera crecer nada, ni la mala hierba. Pero sí. ”¿Que no crece nada aquí? ¡verás tú!”. A cabezudos pocos igualan a los adelfeños y adelfeñas. Hace unos años, varios del barrio quedaron junto a las vías y alguien les retó a que no valían para poner allí un huerto. Kois escupió, removió la tierra con el pie, sacó una pila de botón del suelo, miró al cielo del sureste y sentenció: “Pase lo que pase, el huerto”. Y ahí está. Pasen, pasen...


Kois y los restos de su desayuno
Aquí nadie lleva reloj. El tiempo lo marca el ir y venir de los trenes. “¿Cuándo quedamos el domingo?” “Un rato después de que pase el rápido con destino Chinchilla”. Y puntuales van llegando uno a uno.

Nerea viene junto a Kois. Hace tiempo que Nerea perdió el gusto por desayunar. Para muchas personas la mañanita de un domingo es sinónimo de cafetito, zumo y  churritos. Para Nerea no. Su desayuno ha consistido en calabacín picadito, una zanahoria, cuarto de cebolla y algunas hojas de escarola. Mira con ojos interrogativos a Kois y le pregunta qué pasaría si desayunaran unas tostadas con tomate y ajo. Éste se encoge de hombros y le dice: “Pase lo que pase, compostaje”.

Teresa recién llegada de Sebastopol
Dos compostadores, de palets reciclados. Reforzados con malla gallinera y forrados de plástico. En uno se echó estiércol; en otro se echa lo que se puede y tiene. Teresa ha venido desde Sebastopol, en el nocturno, como hace todos los domingos. Trae restos de verdura. Tiene frío y sueño. Pero sus ojos brillan cuando te dice “Pase lo que pase, compostaje”

Luis remueve
El suelo retumba. Un ruido lejano anuncia que va a pasar el mercancias que viene de Torrejoncillo. Luis sabe que es hora de remover el compost. La tierra tiembla al paso del tren. Todo se menea. Luis abre el compostador y todo se vuelca casi sin ayuda. Buena forma de voltear. El tren ya ha pasado. Pase el que pase, compostaje.

Talma se afana en recoger lo volcado por el tren. Raúl no puede creer lo que está viendo. La que no hace ni caso al compostador del Campo de la Cebada. Patrona convertida en obrera. Reina que se hace plebeya. ¿Y cómo puede ser esta súbita transformación? Talma ¿qué te pasa?: “Pase lo que pase, compostaje”.
Talma trabajando

Manu construye cribas con palets. Ha elegido uno con una malla ni grande ni chica. Sabe cual necesita para cribar con eficacia el compost. Echa dos paladas de compost suelto, marrón oscuro, con olor a tierra de bosque. Una cochinilla se esconde. Lo que se queda en la criba lo devuelve al compostador; lo que pase por ella es todo compost. “¿Todo ello?”. “Sí. Pase lo que pase, es compost”.
Manu toreando con su criba

Francisco se ajusta su gorra, al recordar cuando tuvieron que abonar el solar. Una voz propuso: “Este suelo es muy pobre. Habrá que comprar abono”. “ De eso nada chavales: pase lo que pase, compostaje”.

Por el horizonte sureste una golondrina se aleja. Un pino carrasco es movido por el viento. El expreso de Valdaracete anuncia que es la hora del vermut. 
Las criaturas
Francisco, Teresa y Manu. Los tres están muy bien del riego





miércoles, 24 de abril de 2013

El Campo de la Cebada: un compost mega-pijo


¿Alguien se imagina una piscina sin agua? ¿Y un huerto sin tierra? ¿Un barrio sin pistas deportivas para que jueguen los chavales? ¿Y un compost hecho sobre el cemento? Señores, señoras, en el centro de Madrid hay un lugar donde todo es posible. Y lo que no es posible, se imagina y se hace realidad. No falta esfuerzo, pero se nota que aquí hay mucho más que eso. Les presento al huerto más pijo de la Red, el Campo de la Cebada.


En el solar de lo que un día fue una piscina pública un grupo de voluntariosos vecinos decidió poner en marcha un proyecto comunitario, de uso del espacio público con una clara vocación transformadora. La noticia corrió como la pólvora. Las más altas preclaras mentes pensantes del centro de Madrid se dieron cita allí y se arremangaron las camisas. Corta este palet y te hago unas gradas; con esta caja de fruta te construyo un columpio; con unos palillos y unas chinchetas te monto un escenario.

Y llegaron los del huerto. ¿Y cómo se hace un huerto en cemento? Pues vegan maderas (que no maderos). ¡Y camiones de tierraaaaa! Y cómo molan los bancales. Igual que una conjunción cósmica, en el huerto del Campo se han ido a juntar un equipo de cuidado: Manu McGuiver, Manu Barbas, Merche, Esther, José Luis, Floren, Luiso, Jacobo... Estos sí que son galácticos. El que no te hace un banco, te fabrica una pérgola, te instala la luz, te hace una carretilla, te montan una mesa plegable, te fabrican una estructura estructurada...
Esther amenazó con quitarse los ojos si no había compostador

Maragarita alimentando el compostador de tubo
Pero el problema vino con el compostador. Y es que Talma (la Reina) no quería que el Campo de la Cebada tuviera compostador. Proponía alguien “lo ponemos aquí detrás que queda muy bien” y Talma decía “No, ahí no que no me gusta”; “Pues más allá que no molesta, ni se ve” y Talma volvía al ataque “No, que el color del compost no pega con el color del suelo”. Las pijas son así.

Menos mal que, con nocturnidad y alevosía, se ingenió quizás el compostador más original de todos los huertos urbanos de Madrid. Con una macro-tubería de metro y medio de diametro, se cortó aquí, se agujereó allá y en un plis-plás ya teníamos compostador.

Ummm, jamón ibérico
Las cosas iban despacio, pero los problemas aparecieron rápido. Alguien pensó que para nutrir bien el compost era mejor echar alimentos de calidad que no peladuras guarras de verduras. Pues toma cuarto y mitad de jamón serrano (verídico). Y hay más: “Raúuuuuul, alguien ha echado un pollo”, “No pasa nada por escupir, es un extra de bacterias al proceso”, “Que noooooo, ¡que han echado una pechuga de pollo con huesos y todo!”. Como véis, a huerto pijo, suministros pijos.

Desde entonces Margarita es la suministradora oficial de materiales. Sólo trae lo mejor de lo mejor. Que talan un árbol, se lo trae desde su barrio; que están desbrozando en el Parque de Las Naciones, se trae un saco de recortes en el metro; que siegan el cesped de La Moncloa, allí está ella para traerse un bolsón. Así es ella.
Y ManuMc y su compostador alta gama

Alguien sugirió que había otros huertos con compostadores mejores que el nuestro “¿queeeeeeeeeeeeé?”. Fue visto y no visto. ManuMcGuiver sacó de su bolsillo el destornillador mecánico, agarró unos palets, Merche y Esther cortaron aquí y allí, Nuria y Bea les daban ánimos mientras se tomaban una cerve... y ta-ta-chán: modelo alta gama de compostador de palets, con doble espacio de metro cúbico, cubierta de metacrilato y aire acondicionado. Toma castaña.

Pero lo mejor de todo es el control de calidad. Cuando ya todos han currado de lo lindo, llega Raúl, saca su termómetro (digital, ¿eh?), mide aquí y allá, mete el dedo, lo mira al trasluz, lo chupa, saborea, gesticula y da su veredicto: “un compost excelente, cosecha 2013, color marrón castaña pilonga, con brillos atornasolados; afrutado, redondo en el paladar, con matices a cereza, musgo, frutos del bosque y canela”. No, si a pijos no nos ga
Floren feliz como una lombriz
na nadie.

Raúl después del control de calidad
Manu, Bea, La Mujer Barbuda y La Reina del Campo





jueves, 18 de abril de 2013

Aliseda 18: Working Class Compost

(Aviso: este texto responde a una creación literaria del autor de estas líneas. Para nada puede desprenderse que Aliseda 18 tenga un credo o ideología determinado)

Un fantasma se cierne sobre Madrid: el fantasma de los huertos urbanos. Es un hecho constatable, patente, imparable y que se contagia aquí y allí entre todas las barriadas. Si no me creéis, asomaros a Pan Bendito, barriada con carácter propio dentro de Carabanchel.
Huerto carabanchelero, compost obrero

Pisas Carabanchel y algo en su gente, en sus calles, en su sonido, en su cielo, te hacen saber que estás delante de uno de los barrios obreros con más solera de Madrid. Aquí nada se ha dado gratis a nadie. Todo ha sido ganado con tesón, lucha, sufrimiento y cabezonería vecinal. En el huerto de Aliseda 18 ocurre lo mismo. Las cosas no son fáciles, pero son posibles. Y ellos lo demuestran día a día.

Infraestructura: lo principal en la transformación
Hacer huerto en esa tierra es complicado. Igual que hacer compost en la solanera. Pero ahí están las manos trabajadoras de Alisedanos-dieciochescos y Alisedanas-dieciochescas. Manos que convierten el trabajo en rincones de libertad y comunidad. Aquí ni patrón ni amo ni señor, la tierra es de quien la trabaja.

Y de trabajar sabe bien Sonia. Ni lluvia, ni frío, ni calor. Ella es tenaz con el compost.

Sonia es del turno de mañana. Los hay también que tienen turno de tarde. Aunque la división del trabajo pone una barrera, en Aliseda 18 se las saben apañar para mantenerse unidos en la lucha. La web está al servicio de la clase obrera, de las personas.

Saben que lo importante es la infraestructura frente a la superestructura. Y para infraestructura la de su compostador almacén de ramas, podas y hojas secas. Muchos kilos de materiales se han depositado ahí. Y si lo pequeño es hermoso -y más si seguimos hablando de infraestructura- tenemos tres compostadores de palets, independientes, pero unidos en la misma lucha.


Sonia favoreciendo las condiciones objetivas para la transformación

Sonia no para de trabajar. No hay momento para distracciones. Esto del compostaje es una cosa seria. Sonia sonríe porque sabe que en los compostadores se dan las condiciones objetivas de transformación de la realidad. Y si es así el proceso de compostaje es imparable, como la revolución, como los huertos urbanos madrileños.

Compostadores obreros en un barrio obrero. Quizás esta gente está haciendo el mejor compost de Carabanchel. Con tesón, dignidad, compañerismo y trabajo. Ahí es nada.

RUC